Ella es María José y entró en nuestras vidas cuando yo tan solo tenía un año.
Y sí, digo en nuestras porque se metió como un torrente de aire fresco en mí vida y en la de mi madre, cuando alguien me preguntaba quien era ella señalando a mi madre decía mamá, pero y cuando alguien me señalaba para ella siempre decía papá o Ase.
Y es porque siempre ella estaba ahí cuando mi madre estaba trabajando. Cuidándome, mimandome, y aprendiendo a estimularme para que hoy sea lo que he llegado a ser. Conmigo estuvo hasta los tres años cuidándome.
Pero luego no desapareció, cada poquito tiempo seguía viniendo a verme.
Pero que mi madre no descolgase el teléfono para decirle, Marina está en el hospital, porque ese mismo día o al siguiente estaba allí haciéndome una visita, y muchas veces más que una visita, porque se quedaba conmigo para que mi madre pudiese ir a casa a descansar un rato, porque sabía que con nadie más me podía dejar tranquila.
Aún 35 años después sólo tengo que mandarle un WhatsApp para decirle que estoy tirada en la cama como una cucaracha y tres días después la tengo en mi casa haciéndome una visita.
Estas cosas no las hace todo el mundo, por eso muchas veces no hay que esperar a que la gente lleve tu misma sangre para que esté ahí en los momentos que más les necesitas.

